Beato Raphaël-Louis Rafiringa

Nació en Antananarivo (Madagascar) en el 1856. Como único descendiente varón tuvo la oportunidad de conocer la primera escuela que los Hermanos habían abierto hacía poco tiempo en su ciudad.

El contacto con aquellos nuevos religiosos que lograban atraer y retener en la escuela a tantos niños acostumbrados hasta entonces a corretear por los campos, cambiaron radicalmente sus planes y los que sus padres tenían para él. Se hizo alumno de la escuela de los Hermanos, abrazó la religión cristiana y a los trece años se hizo bautizar. Le gustaba pasar muchas horas con sus maestros, incluso después de las lecciones, atraído por el modo en que los religiosos llegados de lejos interpretaban la vida dándola a los demás y por la obra tan útil que ellos desempeñaban en provecho de sus connacionales.

Era uno de los alumnos más aventajados de la escuela, tanto que su maestro lo ocupaba a veces en el seguimiento de sus compañeros que tenían dificultades. Éste fue el camino del cual se sirvió el Señor para llamar a su servicio al joven “Firinga”. Así nació en su interior la decisión de ser totalmente como sus maestros. No fue fácil convencer al padre. Pero gracias a su tenacidad logró obtener el resultado esperado.

Una vez admitido como aspirante, su formación fue larga: siete años, pasados entre Postulantado y Noviciado, modelaron profundamente su ánimo transformándolo en religioso lasaliano perfecto. Y como tal permaneció durante toda su vida. Su natural inteligencia, la gran fuerza de voluntad, el carácter decidido, hicieron que fuera apreciado incondicionalmente tanto en la comunidad como en la escuela y fuera de ella.

Con intención de contribuir al crecimiento intelectual y moral de su pueblo, compuso gramáticas, diccionarios, textos de aritmética, escribió vidas de santos, obras de teatro, poesía, música. Por toda esa obra de promoción y difusión de la cultura, cuando en el 1902 se constituyó la Academia Malgache, fue enseguida acogido entre sus miembros.

Pero su notoriedad y la estima que lo rodeaba eran muy anteriores. De hecho, cuando en 1883 estalló la primera guerra franco‐hova y todos los misioneros fueron expulsados del país, él fue elegido por los católicos de la isla como su guía. Junto con su gran contemporánea, Vitoria Rasoamanarivo, beatificada en 1989 por Juan Pablo II, supo mantener a salvo al grupo de los primeros católicos evitando su desaparición y organizando cursos de formación para laicos que enviaba a las comunidades lejanas. La difícil situación se repitió nuevamente en 1894, al ser expulsados los misioneros por segunda vez.

Otra prueba le esperaba al Hermano Rafael en los últimos años de su vida. En el 1915, cuando la primera guerra mundial ensangrentaba Europa, muchos malgaches, deseosos de liberar su tierra del gobierno colonial de Francia, decidieron pasar a la acción. La sociedad secreta que se formó con esa finalidad tenía como jefes a los intelectuales más representativos de la Isla. Como tal, aunque ni siquiera conocía su existencia, fue arrestado. Maniatado como un peligroso conspirador, fue conducido a la cárcel en espera del interrogatorio. Fueron 46 días que debió pasar en el espantoso calabozo que le fue asignado; pero fueron 46 días de oración ininterrumpida, tanto que cuando salió, por la absoluta falta de pruebas de su culpabilidad, y a petición del pueblo que lo estimaba, las cuentas de su rosario estaba totalmente gastadas.

De esta dolorosa experiencia solía decir: “Había pedido al Señor la gracia de hacerme santo, y Él me hizo encerrar en la prisión. ¡Bendita sea su bondad!”

Este pagano, convertido en dignísimo hijo de San Juan Bautista de La Salle, es una espléndida demostración de lo que puede la gracia de Dios cuando encuentra un terreno fértil.