Santos Mártires de Turón

Turón es un pueblito minero a 20 Km. de la capital de la región, Oviedo, a unos 6 Km. De otra ciudad minera muy importante: Mieres. Los Hermanos dirigían escuelas gratuitas en 12 localidades de la región y acogían sobre todo a los hijos de los mineros. En Turón, eran 8 Hermanos, uno de ellos se ocupaba de la cocina. Cuatro tenían menos de 26 años. El director, más viejo, tenía 46 años. Seis Hermanos se encontraban en Turón desde hacía sólo un año, uno desde seis meses y otro desde hacía 20 días.

Las fuerzas socialistas y comunistas, así como también la logia masónica de la zona, se habían enfrentado varias veces con los Hermanos del colegio, a causa del apostolado y de la formación religiosa que desarrollaban con los niños y jóvenes. Su único objetivo, ni siquiera disimulado, era destruir la escuela de los Hermanos.

El comité revolucionario de Turón comenzó su labor a la medianoche del día 4 de octubre de 1934. A las cinco de la mañana ya habían encarcelado al Director y a otros responsables de la Empresa Hulleras de Turón. A las seis detuvieron a los tres sacerdotes del pueblo. Poco después a otras personas de reconocida militancia católica. Los Hermanos se acababan de levantar y se preparaban para comenzar la oración comunitaria. Estaba con ellos el P. Inocencio, pasionista de Mieres, el cual el día anterior había confesado a los alumnos para prepararlos al primer viernes de mes.

Una señora, cuñada de un sacerdote arrestado precedentemente, corrió a la residencia de los Hermanos para advertirles del peligro inminente y aconsejarles que huyeran rápidamente, antes de que llegaran los revolucionarios; lo dijo al Hermano que preparaba el altar para la celebración de la Santa Misa. El Hermano subió a avisar a la comunidad. Con cierto temor, de acuerdo con el Padre Inocencio, decidieron celebrar inmediatamente la Santa Misa.

Durante el ofertorio se sintió gritar a la puerta del colegio. Comenzaron a dar golpes para que abrieran. Era un grupo de revolucionarios armados de escopetas. Ante tal situación, el celebrante propuso consumir todas las hostias del tabernáculo, para evitar profanaciones, y así lo hicieron. Seguía el griterío y los golpes en la puerta. Un Hermano fue a abrir la puerta y el jefe del grupo dijo que querían registrar la casa en busca de armas. El Hermano dijo que iba a avisar al Director. Todo el grupo, con fuerza, irrumpió en el colegio, registrando las clases. Luego pasaron al piso superior, donde se habían refugiado los Hermanos en sus habitaciones. Los hicieron salir y después de haber registrado cada rincón de la casa. No encontraron nada de lo que buscaban; tan sólo la lista de la juventud católica del colegio.

Durante el registro destruyeron muchas cosas. Cuando lo terminaron los detuvieron y, sin dejarles llevar nada, los condujeron a la “Casa del Pueblo”, donde se encontraban ya muchas otras personas detenidas anteriormente.

Los tuvieron encerrados cuatro días. El primero estuvieron ellos solos en una sala y no les dieron de comer. Al día siguiente les llevaron comida y pasaron a la misma sala a los tres sacerdotes. Los Hermanos desde el primer momento comprendieron que los iban a matar, aunque en algunos momentos abrigaban la esperanza de que los dejarían libres.

Ocupaban el tiempo dedicándose a la oración, tanto personal como comunitaria. Al tercer día, convencidos de que los iban a ejecutar, se confesaron. En aquellos momentos el comité revolucionario, reunido en el pueblo, decidía matarlos. Uno de los jefes, que se llevaba bien con el párroco, trató de oponerse a la ejecución de los tres sacerdotes. La sentencia debía cumplirse al día siguiente, pero los acontecimientos de la revolución lo impidieron y se decidió retrasarla un día. Por la tarde dos dirigentes se presentaron para interrogar a los prisioneros y en particular indagaron si el cocinero era religioso o un simple empleado.

La noche del día 8 de octubre los Hermanos se acurrucaron en el suelo, como habían hecho durante las noches precedentes, logrando mantener una serenidad que maravillaba a los mismos carceleros. A la una de la mañana entraron dos dirigentes, los cuales les ordenaron salir, para llevarlos al frente. Primeramente les hicieron dejar todos los objetos que tenían, luego los llevaron a la calle frente a un grupo de revolucionarios armados, ordenándoles colocarse de dos en dos.

El jefe revolucionario, Silverio Castañón, preguntó si sabían dónde iban. Un Hermano respondió: “Donde ustedes quieran. Estamos preparados para todo”. “Pues van a morir”, respondió el jefe y dio la orden de encaminarse en dirección al cementerio. Durante el trayecto no hablaron, sino que se preparaban para el sacrificio.

En unos diez minutos llegaron a la entrada del cementerio. La puerta estaba cerrada. El jefe ordenó a uno de los hombres que fuera a buscar al enterrador, el cual llegó a los pocos minutos con la llave. El jefe del pelotón ordeno a los Hermanos colocarse frente a una fosa, escavada el día anterior. Frente a ellos estaba el grupo de fusileros con sus armas apuntándoles. Hubo dos descargas y luego el jefe los remató con la pistola. Uno de los revolucionarios con una maza, remató al Director y con el golpe le separó la cabeza.

Echados los cuerpos a la fosa, obligaron al enterrador a cubrirlos con tierra. El grupo de revolucionarios regresó al pueblo después de la ejecución. Los demás prisioneros oyeron claramente los disparos en la noche. Era la madrugada del 9 de octubre del 1934.

Beatificados el 29/04/1990 - S.S. Juan Pablo II
Canonizados el 21/11/1999 - S.S. Juan Pablo II
(Junto con el Hno. Jaime Hilario)
Fiesta: 9 de octubre